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23/09/2021 - 09:58

Breves notas sobre derecha e izquierda en América Latina III

Previo a diciembre de 1998, con la elección de Chávez en Venezuela, el panorama de la izquierda latinoamericana parecía estar circunscrito a Cuba

Previo a diciembre de 1998, con la elección de Chávez en Venezuela, el panorama de la izquierda latinoamericana parecía estar circunscrito a Cuba, algunos movimientos armados—sobre todo en Colombia con la FARC-EP y el ELN y Perú con Sendero Luminoso— y algunos partidos de izquierda en la región que, hay que señalarlo, tampoco tenían posibilidades de asumir el poder gubernamental por la vía de los votos. Hay que recordar que el primer presidente electo y abiertamente de izquierda en todo el hemisferio occidental fue el chileno Salvador Allende, eso sucedió en 1970. Hubo que esperar, en América latina, 28 años para que una opción de izquierda se volviera hacer del poder por la vía de los votos: Chávez es electo presidente. Sin embargo, es justo señalar, además, que Chávez no llega al poder con un discurso de izquierda. De hecho, en las primeras entrevistas realizadas al candidato Chávez, éste hablaba de “capitalismo con rostro humano”, asumiendo la tesis laborista esgrimida por Tony Blair y sustentada conceptualmente por Anthony Giddens. Los planteos acerca de la “Tercera Vía” iban, en apariencia, a contra mano del thatcherismo de la década del 80, lo que también se denominó como la Nueva Derecha de la cual Ronald Reagan también era defensor. En todo caso, el discurso del candidato Chávez era un discurso popular y nacional, con una fuerte carga de reivindicación social y contra las políticas neoliberales, principalmente de fines de los 70 y los 80. En países como Perú, Brasil, Ecuador, Argentina, Paraguay, Nicaragua, Uruguay, entre otros; comenzaron a prosperar propuestas político-partidistas distintas a las tradicionales.

No se puede sostener, de forma categórica, que todas estas iniciativas tenían una clara inclinación ideológica de izquierda. Lo que sí se puede señalar es que el armado discursivo y las propuestas de estas agrupaciones alternativas tenía una fuerte inclinación a lo nacional y popular. En Paraguay, en 2008, el obispo y sociólogo Fernando Lugo se alza con la victoria electoral ese año y se convierte en presidente constitucional de ese país. Lugo es un heredero teórico y doctrinario de la teología de la liberación, un cuerpo de ideas y conceptos que toma como referente algunos de los postulados más representativos del marxismo clásico y los combina con la doctrina teológica cristiana— a contra mano del statu quo del Vaticano—. En Argentina, hacia 2003, Kirchner toma como referente de sus políticas al peronismo de primera ola. Por su parte, en Bolivia, Evo Morales abraza las ideas del indigenismo entremezclado con algunos elementos de la izquierda de los 60. Por su parte, en Ecuador, Rafael Correa, plantea su Revolución Ciudadana echando mano de una tecnocracia social. En Brasil, Lula Da Silva sostiene algunas ideas asociadas al obrerismo y a la reivindicación de las clases populares. Tabaré/Mujica también se constituyen como referentes políticos con una inclinación ciertamente popular, pero que no puede ser calificada de socialista, como sus pares Chávez, Castro y Ortega.

Como se aprecia, todos presentan propuestas distintas en cuanto al armado político-ideológico. Sin embargo, todos tenían (con matices previsibles) una profunda vinculación con lo nacional-popular. En medio de este mosaico heterogéneo, surge el denominado Socialismo del Siglo XXI. A estas ideas e intenciones adhieren Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa, además de Daniel Ortega y Fidel Castro, este último como timonel ideológico. Por su parte, Lula, Kirchner, Lugo, y Mujica (lo propio haría Tabaré Vázquez) no se sumaron al Socialismo del Siglo XXI. Hay quienes sostienen que esa izquierda latinoamericana estaba, por aquel entonces, representada por dos bloques: Uno, el del Socialismo del Siglo XXI; mientras que había otro grupo que pertenecía a una izquierda más corrida al centro, por lo que no tenía problemas en dialogar con los factores hegemónicos, sobre todo con los países aliados a Washington. En este segundo grupo entraban Lula, Kirchner, Tabaré-Mujica e incluso Bachelet. Esa izquierda representó un aire fresco para la política latinoamericana. Sin embargo, también tuvo derrotas importantes. Los casos más emblemáticos son los de Venezuela y Nicaragua. Ambos países derivaron a procesos evidentemente anti democráticos y con una profunda vocación autoritaria.

En Argentina, la tradición de los Kirchner (2003-2015) se rompió en 2015, cuando el candidato opositor, Mauricio Macri, se alzó con la victoria electoral aquel año. En 2019, Macri pierde ante la coalición del Frente de Todos, liderada por Cristina Fernández y Alberto Fernández, quien finalmente termina imponiéndose sobre Macri en las elecciones presidenciales de aquel año. Por su parte, en 2021, Guillermo Lasso ganó las elecciones presidenciales en Ecuador, al imponerse al “delfín” de Rafael Correa. La victoria de Lasso resulta interesante, dado que se presentaba como antagónico directo al modelo planteado por el correísmo (más de izquierda). El pueblo ecuatoriano se inclinó por Lasso. En Perú, un outsider de la política como Pedro Castillo, de ideología de izquierda, se impone a la conservadora Keiko Fujimori. El pueblo peruano se decantó por el izquierdista Castillo.

Como se observa, en el último lustro América Latina se ha convertido en un continente que danza, sin más, entre opciones de izquierda y de derecha. Ahora bien, hasta ahora, los gobiernos de “Lucho” Arce en Bolivia, Fernández en Argentina o López Obrador en México no se han identificado con la propuesta radical del Socialismo del Siglo XXI. Por su parte, Cuba, Nicaragua y Venezuela continúan siendo el eje fundamental del Socialismo del Siglo XXI. Mientras que los otros gobiernos progresistas son menos estridentes y, sobre todo, no tienen una filiación ideológica tan marcada hacia la izquierda radical. Ahora mismo, para tratar de ahondar en el “vaivén” político latinoamericano, en Argentina, la coalición del Frente de Todos acaba de perder la Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) con la coalición de derecha de Juntos por el Cambio. Eso ha causado malestar en las filas de oficialismo, al punto de que asuntos que debían dirimirse a lo interno de la coalición, fueron ventilados a la luz pública. Lo que sin lugar a dudas significa un error estratégico importante, fundamentalmente porque próximamente se vienen las elecciones legislativas y, como ya es “un clásico” dentro del marketing político, la construcción del mensaje es fundamental. Si el mensaje es de desunión a lo interno de la coalición gubernamental, de cara a unas elecciones tan importantes como las del 14 de noviembre, eso puede ser bastante contraproducente. En definitiva, Latinoamérica sigue siendo un hervidero político. Las izquierdas no son—¡!!enhorabuena!!!—, pero las derechas tampoco. Aunque, huelga decir, desde las derechas se pueden construir consensos más sólidos, por lo menos se pueden acatar líneas generales. Eso también es entendible por la propia constitución “consensista” inherente a los grupos conservadores. Por el lado de la izquierda, hay mucho por discutir. La derecha, como hemos señalado, puede sumarse a un plan estratégico político-partidista más pragmático que ideológico. Sabe moverse en el marco político que se confeccionó bajo los enfoques liberales de fines del XVIII: la democracia liberal. La izquierda debe aprender algunas lecciones. Como, por ejemplo, saber que su existencia y proyección están atadas a una forma político-gubernamental determinada y que fue la que se posicionó en Occidente: la democracia liberal. Porque, esto hay que entenderlo bien, no existe otro marco de acción político-ciudadano distinto a ese. Se pueden hacer todas las críticas e impugnaciones a ese marco teórico-filosófico y pragmático sobre el cual se instituye el orden democrático liberal y algunas de sus prácticas, pero no ha emergido otro capaz de establecer nuevas prácticas y nuevas formas de ejercer ciudadanía, esto es: ser en la democracia liberal. Los intentos por ajustar la institucionalidad democrática a los gobiernos de turno terminan derivando en autoritarismos. Es el caso de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Un dato interesante en ese sentido es que el chavismo, el fidelismo y el orteguismo son los tres gobiernos más longevos de toda América Latina. El fidelismo tiene 62 años ininterrumpidos en el poder; en Cuba hay un solo partido político y los procesos eleccionarios están absolutamente dominados por los organismos del Estado revolucionario.

Por su parte, el chavismo tiene 23 años ocupando el Ejecutivo creado un orden institucional que le es absolutamente funcional. Daniel Ortega, entre tanto, tiene 14 años en el poder, y va a la reelección. Ahora mismo, la dupla Ortega Murillo (su esposa y vice presidenta) han encarcelado a 6 candidatos a la presidencia, mientras que otros se han tenido que ir al exilio. En los tres casos señalados, hubo flagrantes violaciones al Estado de derecho y, además, se ajustó el orden democrático a los designios de esos gobiernos. La salud de la izquierda latinoamericana depende, en buena medida, de si es capaz de marcar distancia respectos de estos regímenes que “meten mano” a la democracia, a sus instituciones y las ponen a jugar a su favor. De esta manera, la izquierda representada por Fidel, Chávez y Ortega, no debe ser el paradigma a seguir por las otras izquierdas de la región. Es posible que en eso hay más o menos un consenso, aunque no declarado. Con respecto a la derecha, lo que se observa es más o menos lo mismo: políticas que apuntan a la reducción en la inversión pública y un reavivamiento de las lógicas neoliberales. Eso sí, con un discurso más social y humanista. Habrá que ver si esos discursos realmente se corresponden con prácticas políticas tendientes a resolver los problemas estructurales de los países de la región. En el caso argentino, el Gobierno de Mauricio Macri terminó por dejarle a su sucesor una deuda de 57 mil millones de dólares con el FMI. Eso, sin duda, es un lastre muy pesado para el Gobierno de los Fernández (Cristina y Alberto). Aun así, el pueblo argentino, en Las Paso del domingo 12 de septiembre, optó por la opción que representa Macri y su coalición. En la tierra de Evita y Gardel, el tango sigue sonando, va de allá para acá, de izquierda a derecha, en un compás que necesita afinarse. Los pueblos de nuestra América necesitan gestión democrática eficiente. Las batallas ideológicas, llevadas al campo de la gestión, terminan por desdibujar cualquier proyecto serio que se intente. Las lecciones en política si no se aprenden, esto sí es revelador y triste, quien termina por pagar los platos rotos es el pueblo, sobre todo los más necesitados.      

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