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09/10/2021 - 11:11

12 de Octubre de 192. ¿Qué se conmemora?

Cuando Colón llegó a estas tierras, según se destaca en sus diarios, pensó que había llegado al “nuevo Edén”

Cuando Colón llegó a estas tierras, según se destaca en sus diarios, pensó que había llegado al “nuevo Edén”. De hecho, se resalta esta visión del “pezón del mundo” que indica el almirante con los ojos deslumbrados al observar las maravillas que se ofrecían a sus ojos atónitos.

La tradición más conservadora nos habló, por años, del “Descubrimiento de América”. Bien mirado, esta denominación, desde una perspectiva colonial, es válida. Ahora bien, el “Descubrimiento” en modo alguno supuso un proceso de adaptación armónica entre dos civilizaciones distintas. Los “conquistadores torvos” (como diría Neruda) traían en sus alforjas La Biblia y el arcabuz.

Dos instrumentos que terminaron por configurar estas tierras. Las huellas del “Descubrimiento” dejaron un tatuaje de sangre y fuego tras de sí. Incontables vidas de nativos quedaron regadas por el suelo de lo que hoy, a 559 años de aquel acontecimiento, se denomina como América, en honor a otro conquistador italiano, Américo Vespucio.Esa impronta de sangre y fuego que trajeron los españoles va a significar, también, una historia de despojos y expoliación: Al indígena se le quitó todo cuanto se podía. De esta manera, la otra forma en la que historiadores “bucólicos” y algo “veniales” se referían a esta historia entre españoles y nativos, “Encuentro de dos mundos”, también debe ser, cuando menos, puesta en tela de juicio.

El “Encuentro de dos mundos” forma parte de un relato que intenta instalar una idea que no soporta el más mínimo examen. Pensar el acontecimiento de 19492 bajo los códigos del “encuentro” implica atenuar, en alto grado, el pillaje y la ignominia a la cual fue sometida la población indígena. Admitamos, muy preliminarmente, la noción del “encuentro”: dos civilizaciones se “encuentran” en un territorio del cual una de las civilizaciones ya tiene siglos transitando, viviendo. La otra, con apetito voraz e imperial, hizo “oficio de sangre y fuego”. Tuvieron que pasar más de 300 años para que esas poblaciones pudieran expulsar a los invasores.

La independencia de los países de América de la Corona significó un punto y aparte en la historia del continente. Pero ya las instituciones europeas se habían asentado. La noción de Estado y democracia (y sus instituciones) ya habían tomado cuerpo. Lo propio sucedió con la Iglesia (católica) y todas sus mitologías. La Independencia de las colonias españolas implicó un nuevo rumbo, sin embargo, ese nuevo rumbo estaba configurado por la institucionalidad democrática y religiosa que España (y Europa en general) había establecido. Nuestras voces e identidades también fueron arrasadas por el “Encuentro de dos mundos”. Pero de esta relación traumática con el Imperio español, nos quedó el idioma castellano, lengua—cierto es— del “despojo barbárico de la civilización española”. Pero el castellano es legado cultural más importante que dejaron aquellos “hombres centáuricos”. Ya pasaron 529 años de aquello. La sangre también es un legado. Los rumbos de América Latina siguen signados por las potencias centrales. No hemos sido capaces de construir la unidad (en la diversidad) de los pueblos. Cada país, por su lado, intenta construir su destino.

Las fuerzas se diluyen y las posibilidades de ser una potencia en el marco del siglo XXI están muy lejos. Algún día llegará la hora de construir un verdadero Encuentro entre latinoamericanos. Pero eso se hará en la medida que exista una voluntad superadora de ciertos atavismo y traumas. El pasado debe servir como resorte impulsor de cambios transcendentales, no como excusa. Allá atrás quedó aquella historia. Es menester sobreponerse a ella y marcar un rumbo distinto. Es hora de darle carnadura a la frase del prócer Antonio José de Sucre: “Sin unión y sin amistad, no seremos ni fuertes ni felices”. Ser fuertes y felices es un destino que se labra de manera mancomunada; no hacerlo implica seguir surcando el mar de la incertidumbre. La verdadera independencia se labra sobre la base de idearios comunes y pragmatismo inteligente y trascendente. De no hacerlo, nuestras naciones seguirán, como islotes, cambiando oro por espejitos 529 años después.     

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