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27/10/2021 - 13:53

El Diego de la gente

Los héroes no llevan una vida normal —¿cómo hacerlo? Son sujetos que desequilibran el decurso de la vida; nos afectan, nos conmueven, nos hacen reír.

Los héroes no llevan una vida normal —¿cómo hacerlo? —. Son sujetos que desequilibran el decurso de la vida; nos afectan, nos conmueven, nos hacen reír y, cada tanto, nos sacan lágrimas.

La relación del héroe con el mortal no puede ser sino apasionada, delirante y, en ocasiones, febril. No pocas veces esa relación está llena de contradicciones. Porque en un héroe habitan lo humano y lo divino. Porque comete errores (como cualquier mortal), pero su destino siempre será la posteridad: quedará tatuado en el recuerdo de muchos y, seguramente, en el rencor de otros pocos.

Pero es la posteridad de medida del héroe. Diego Armando Maradona creció en hogar humilde, conoció la precariedad económica, luchó frente a la adversidad.

Hoy, 30 de octubre de 2021, estuviese cumpliendo 61 años. Pero la inquina muerte siempre acude –puntual— a la cita; sobre todo cuando se trata de un héroe. Pero la muerte de un héroe se conjuga en presente y nunca en pretérito. Cuando Maradona decidió tomar el balón en propio campo, aquella tarde de junio de 1986 frente a las 114 mil almas que repletaban en el Estadio Azteca de la Ciudad de México en el encuentro entre Argentina y Inglaterra, sabía lo que hacía.

El héroe toma decisiones y sabe que esas decisiones tienen un carácter disruptivo, acaso desafiante. Sabe que una sola acción suya podrá tener repercusiones más allá del momento. Así fue. Esa tarde de verano de 1986 Maradona dribló a 6 ingleses. Fueron cayeron, uno a uno, ante las gambetas endemoniadas de esta saeta de 1,65 metros de altura. Más de medio equipo inglés (incluyendo al portero Peter Shilton) quedó a merced de este diminuto jugador, quedaron regados en el campo de juego, derrotados por Maradona.

Ese fue su segundo gol en ese partido frente a los ingleses. Minutos antes, había “cabeceado con la mano” (la “mano de Dios”) frente a un Shilton que le llevaba casi 20 cm. ¿De dónde sacaba esa energía este pequeño jugador? ¿Por qué se cargó a todo un equipo al hombro? ¿Por qué ese ímpetu, esa bronca voraz y ese afán desmedido de ganarle a los ingleses?

La respuesta es obvia y directa: Había en Diego como una necesidad de “vendetta”. Jugaba contra el equipo inglés. No era este un dato menor. Cuatro años antes, Inglaterra ganaba la Guerra de las Malvinas. Esa bronca argentina no quedó petrificada allá en 1982 cuando finalizó la guerra, no por lo menos para el Diego. El Estadio Azteca, aquel Mundial del 86 —con el fútbol como “nuevo campo de batalla”—, sería también un escenario para la revancha. Ahí, frente a las cámaras y “medio mundo” viendo ese partido a través de la tele. Justo allí, ese 22 de junio, cuatro años después de Las Malvinas, Maradona clava dos golazos frente a una atónita escuadra inglesa.

Es cierto, los pobres jugadores de Inglaterra no tenían por qué “pagar los platos rotos” de una guerra de la que ellos no fueron directamente protagonistas. Pero Maradona no pensaba en eso. Sólo pensaba en perforar, con toda la bronca de un país encima, las redes del equipo inglés, ese equipo que representaba al país que los había derrotado 4 años antes en Malvinas. De allí en más todo estaba decidido: Diego “El Vengador”.

El destino ya le había guardado su sitial. Ese día 22 de junio del 86 quedó clavado en la retina de argentinos y de ingleses. El fútbol dio revancha y Diego estuvo allí para hacer lo suyo: jugar como un país, no para un país, sino ser en cancha la carnadura misma de la Argentina. Después vino el Diego humano, el imperfecto, el héroe con mácula. Pero héroe, al fin y al cabo. Ahora bien, cuando un héroe está inscrito en la cultura popular, cuando sus hazañas forman parte del pueblo que lo celebra, entonces no hay nada que hacer.

Queda allí en el pedestal de los inmortales. En la piel de adentro de quienes lo aman más allá de cualquier racionalidad moral. Porque la cuestión con el héroe no se mide en tiempo moral, menos cuando éste representa las improntas de los subalternos. Nada ni nadie lo despoja de esa relación mística y misteriosa. El amor es ciego, dicen. El amor de la gente humilde por el Diego no se despoja, no se mancha con el tiempo, ni siquiera con la verdad incómoda de sus acciones equivocadas. Los mitos tienen sus propias rítmicas y dinámicas. La verdad no desdibuja al mito. El héroe-mito construye su propio marco de acción “a pesar de” las verdades. En ese sentido particular y único, el mito prevalece; toma un destino distinto al de la verdad.

Es allí, en el tiempo del mito, donde habitan los héroes. Diego es ya un mito, una pasión, un regateo a la verdad incómoda, a sus acciones equivocadas. Su figura, su genio y su estampa de “Vengador” no se manchan. Allí estará para siempre, en la gente, en el pundonor de la propia argentinidad. ¡¡¡Feliz cumpleaños, Diego de la gente, Diego argentinidad!!!  

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