Prisioneros de las redes El siglo XXI llegó y con él las redes sociales
Nunca antes el prefijo tele había tenido tanta preponderancia como ahora: tele-trabajo, tele-sexo, tele-educación, tele-relaciones, tele-política, tele-juegos.

Nunca antes el prefijo tele había tenido tanta preponderancia como ahora: tele-trabajo, tele-sexo, tele-educación, tele-relaciones, tele-política, tele-juegos. Vicente Romano sostenía hacia 2006 que tenía poder quien lograra aglutinar para sí el tiempo de muchas vidas humanas. “El tiempo de muchas vidas humanas”
… Esa expresión resuena y nos debería, cuando menos, interpelar. Resuena porque da cuenta de un poder que está en todas partes: Las redes sociales y los dispositivos tecno-informáticos toman nuestro tiempo, ergo, las redes y los dispositivos dan cuenta de un poder multifacético y, principalmente, omnipresente. Hoy una angustia recorrió varios países del mundo: Hubo una caída en las plataformas de WhatsApp, Instagram y Facebook.
Esta vida cotidiana de redes sociales y universos multipantallas dejó de funcionar por unas cuatro horas. Esas cuatro horas nos encontró con un dilema: estamos sometidos a los imperativos de los dispositivos tecno-informáticos y a las redes sociales. Nos hemos entregado, sin más, al tiempo de la instantaneidad y la tele presencia. La co-presencia de hace 15 o 20 años atrás ya nos parece añeja. Ahora estar implica estar en las redes.
No es un juego de palabras sobre el verbo estar o el acompañante ser. Lo de hoy se trató de una constatación: somos prisioneros de las redes. Dejamos, de a poco, de ser ciudadanos y pasamos a ser ciudadanos digitales, un avatar, un perfil de Facebook, una cuenta en TikTok o en Instagram. La tecnología siempre trae consigo no sólo un aire de novedad, sino —fundamentalmente— trae un impresionante halo de seducción. Imagino lo que significó la rueda en su tiempo o la imprenta. Estos inventos trajeron importantes avances en la sociedad. Internet ha hecho lo propio. Su impacto aun no puede ser dimensionado del todo.
Estamos, eso sí, en un cambio de época y la punta de esa lanza es, precisamente, Internet. Allí inició todo: se abrió la “caja de Pandora”: ángeles y demonios salieron de allí. No interesa, no por lo menos para esta nota, hacer balance moral del impacto de internet sobre la sociedad contemporánea. Interesa ver, eso sí, qué hace la gente con esta herramienta. Lo primero que sorprende es que internet reavivó, como nunca antes, la primigenia función (pulsión) comunicativa del sujeto humano: internet nos retrotrajo a un pasado primitivo, acaso cavernario: somos los sujetos dibujantes de mamut en la cueva húmeda. Ahora el muro no está en la cueva; ahora el muro está en Facebook: “Hoy me comí una pizza de salchichón con tomatitos cherry”,
“Me voy a la fiesta de la July hoy a la noche”, “Que embole la clase de química” … El mamut dibujado en la cueva, naderías del pasado, ahora devino en esta necesidad de contar lo que sucede, por trascendente o trivial que sea: hay que poner en el muro la existencia, la forma de estar en el mundo: ya lo hizo el sujeto primitivo dibujando un mamut o a los demás recolectar frutas. Ahora la púber joven se solaza poniendo en su muro de Facebook sus cuitas de amor imposible, sus trivialidades de joven. Nada de eso está mal.
Todo forma parte de un tiempo de ser-estar asociado a estos imperativos. Hubo diarios que titularon acerca de “la angustia que causó” el blackout de estas redes. Esos medios, por escandaloso y amarillista que parezca el asunto, tienen —de pronto sin saberlo— una razón palmaria: Las redes nos volvieron a reintroducir, como nunca antes, al universo comunicativos más primario y básico: la necesidad de decir, y por decir, hablamos de lo que sea. Pero hay más. Las redes sociales conectan de la forma más elemental y básica. Con eso es necesario para establecer vínculos. Luego los antropólogos y sociólogos se encargarán de ponderar cómo son esos vínculos. Lo que sí es cierto es que esta situación trasciende largamente lo instrumental y se instala en las propias formas de sociabilidad; es decir, en las formas de estar en el espacio social. La reconfiguración de la vida humana pasa, también, por los dispositivos tecno-informáticos y las redes sociales.
En 10 años, seguramente, nadie hablará de Facebook o WhatsApp o, más seguramente, estas redes habrán modificado sustancialmente toda la plataforma. Algo sí es seguro como el sol: los dispositivos móviles cambiarán… y así, también cambiarán las formas de estar y ser juntos. Seguiremos presos en la matriz, disfrutando de la cárcel amable.